Por Daniel Salvatore Schiffer
(De Nouvel Observateur)
Traducción por Hasardevi
Hay leyendas vivientes que impregnan el paisaje musical durante décadas. Leonard Cohen, el dandy tenebroso, es una de ellas. Y su álbum más reciente parece suscitar una gran emoción. Daniel Salvatore Schiffer, filósofo, comparte su emoción al escuchar lo que para él es una obra de arte.
¿Como expresar con palabras, lo sublime, ese estado supremo -aunque se trate de una oscuridad trágica- de la belleza?Raine Maria Rilke, el más metafísico de los grandes poetas románticos, tenía para describir esta dimensión superior del ser, una fórmula que –por paradójica que fuera- era de una desconcertante precisión:
« Ya que lo hermoso no es sino el comienzo de lo terrible, que apenas si podemos soportarlo, y al admirarlo tanto, se desdeña y nos deja de destruir. Todo ángel es terrible.” (“Elogies de Duino”)
Este estado supremo de lo sublime, allí donde el
inaccesible subsuelo del alma humana no teme al roce entre el ángel y la bestia, los
Dioses del espíritu y los demonios de la carne, Leonard Cohen (uno de los
poetas más emblemáticos de nuestro tiempo) acaba de alcanzar, en una cumbre
artística de una rara belleza precisamente, con su última obra: un álbum
intitulado “Viejas Ideas” que agrupa diez canciones todas tan conmovedoras,
pese a su sobriedad instrumental y su rigor estético.
Sí, “Old Ideas” es un
himno a la refulgente aunque tenebrosa belleza, como una oración silenciosa en
su discreta elocuencia, monumento sin precedentes de poesía en salmos entonados
y que, como tal, ¡pasará sin duda a la Posteridad!
Esta auténtica obra maestra, momento de pura gracia musical y de
intensidad literaria, no sería en modo alguno alcanzada si él no tuviera, para
acompañar esta voz de celeste ultra-tumba y que le confiere su secreta amplitud
acentuando su parte oscura, su sombra, las magníficas y sutiles armonías vocales,
tan llenas de sensualidad que están ahí como contraste. Se encuentran algunas de las grandes damas de la canción estadounidense, con repertorios mezclados del Folk al jazz y del blues al gospel (las tradiciones yiddish e incluso celtas, tampoco están ausentes sin olvidar una pizca de soul).
Es
aquí donde surgen, particularmente suntuosas y como realzadas por la infinita dulzura
de esas voces femeninas, envueltas por la inefable languidez de un violín o
marcadas por la intangible nostalgia de un piano, las tres perlas de lo que
constituye tal vez, pese a la riqueza de su obra anterior, la obra maestra de
Leonard Cohen: "Going Home", texto a la ironía tan cruel como
desencantada, "Show me The Place", doloroso pero espléndido cántico de
amor extinto, y “Come Healing”, magnífico llamamiento, cuando el cielo y el
infierno se desgarran y que sólo la muerte ofrece algún perfume de
redención, a la reconciliación del alma y del cuerpo.
Ya
que sin duda es lo que Charles Baudelaire señalaba, en su "corazón al
descubierto" la doble postulación simultánea, uno de los temas
principales, con la soledad y la incapacidad de comunicarse, los vicios y las
virtudes del amor, el pesimismo existencial y la búsqueda interna, de este deslumbrante
"Old ideas":
"Hay
en todo hombre, a cualquier hora, dos postulaciones simultáneas, la una a Dios,
otra hacia Satán. La invocación a Dios, o espiritualidad, es un deseo de avanzar;
la de Satán, o animalidad, es la alegría de caer"; (“Mon Coeur mis á nu” –corazón
al desnudo).
Y en efecto, es Baudelaire en persona,
maldito entre los poetas malditos, que se perfila como lo hizo en el pasado un Gainsbourg o un Bashung,
en el horizonte abrasador de este dandismo negro, quintaesencia de este arte hoy
característico de un ser de cenizas que es, evidentemente, Leonard Cohen, aquí
más grande que nunca.
Tanto
más cuanto que reflejan también, en sus últimos textos, implícitas pero claras referencias
a la gran literatura estadounidense del siglo XX (aunque Cohen sea un
canadiense de lengua inglesa):
Se
recogen a su vez, estas baladas más bien íntimas, acentos inspirados por Tennessee
Williams y William faulkner, más allá de la desesperación filosófica que los
habita, así como por Ernest Hemingway y William Burroughs, John Fante y Charles
Bukowski, Jack Kerouac y Allen Ginsberg, no hace mucho maestros
incuestionables, por lo que toca a estos últimos, de la muy contestataria al
tiempo que defensora de la libertad “Beat Generation” (Generación Beat).
Leonard Cohen, cuyo divino
y tan humano (si no "demasiado humano" parafraseando un famoso título
de Nietzsche) con “Show me the place” me trastornó hasta las lágrimas, hecho rarísimo
para un dandy acostumbrado a contener sus emociones y ocultar así su ser.
Me complace por último recordar,
a modo de homenaje a su genio, esas palabras de Charles Baudelaire que le van
tan bien:
“La
característica belleza del dandy consiste sobre todo en ese aire frío que viene
de la inquebrantable resolución de no ser conmovido ; se diría un fuego latente
que se hace adivinar, que podría pero que no quiere irradiar. (...) El dandismo
es un Sol que se pone; como el astro que declina, es magnificente, sin calor y
lleno de melancolía”. (“Le Peintre de la vie Moderne”. El Pintor de la vida
moderna).
Es como si
Baudelaire hubiera,
efectivamente, esbozado allí el retrato por anticipado del autor de este
sublime "Old ideas".