miércoles, 25 de febrero de 2009

Las corrientes del diálogo


El diálogo no se limita al debate formal o a un plácido intercambio como suave brisa primaveral. Hay veces en que para romper la armadura de la arrogancia, el discurso debe ser como una bocanada de fuego. Así, aunque es característico asociar a Shakyamuni y a Nagarjuna sólo con la apacibilidad, hubo ocasiones en que su lenguaje se endureció al punto que les ganó el sobrenombre, en sus respectivas eras, de 'aquellos que refutan todo'.
Daisaku Ikeda


Estamos viviendo un período de profunda transición dentro de la historia. Es innegable, además, que urge encontrar formas nuevas y más eficaces de interactuar y de establecer el diálogo en la sociedad, si el objetivo final es aprovechar todas las posibilidades creativas que brinda la época.
El término "diálogo" proviene del griego "dia" ('a través de') y "logos", vocablo que implica 'lenguaje', 'principio', 'racionalidad', 'ley'.

Las corrientes del diálogo son vitales y vibrantes, y poseen la capacidad de hacer tambalear incluso a la más obstinada de las obediencias al uso de la fuerza. El diálogo no se limita al intercambio de conversaciones sobre lo que nos place, incluye también, compartir perspectivas que difieren agudamente. El valor y la paciencia son esenciales si queremos continuar el trabajo esmerado de deshacer los nudos que atan a las personas a determinados puntos de vista. El impacto de este tipo de diplomacia humanística puede hacer que la historia se mueva hacia una nueva dirección.

En un mundo colmado por la riqueza de las diversas culturas, no podemos permitirnos el lujo de regresar a un impenetrable aislacionismo. Es crucial reavivar el espíritu del diálogo y dar rienda suelta a una búsqueda creativa en pro de la coexistencia pacífica.

"La guerra es el precio que hay que pagar por el fracaso de la diplomacia". Son palabras del historiador británico Arnold Toynbee, con quien el Dr. Ikeda mantuvo un diálogo que fue publicado posteriormente (Escoge la Vida). Esa fue su manera de refutar la desafortunada declaración de Clausewitz de que la guerra es la continuación de la política por otros medios.

Las relaciones internacionales, entonces, no deben limitarse a los aspectos político o económico. Es absolutamente vital que existan intercambios educativos y culturales que profundicen el entendimiento recíproco entre los ciudadanos comunes de diferentes países.

Cuando personas de diferentes orígenes aprenden respetuosamente sobre sus respectivas civilizaciones y experimentan la rica diversidad del legado espiritual del ser humano, comienzan a construir una amistad firme y solidaria, basada en el reconocimiento mutuo, que perdura a través del tiempo. A la larga, la cálida humanidad de quienes perseveran en el ejercicio de esa "diplomacia del pueblo" será capaz de derretir incluso los helados muros de prestigio nacional y de los intereses en conflicto.

La historia abunda en ejemplos de actos bélicos producto de fallas diplomáticas. En el ámbito inmediato de nuestra comunidad o a mayor escala, en las relaciones internacionales, el buen uso de nuestro poder de comunicación para negociar y resolver diferencias es la prueba más contundente de nuestra sabiduría.

El diálogo en el Budismo

Dentro de la tradición budista, por ejemplo, el diálogo en la forma de una interacción abierta y basada en el respeto, ha desempeñado una función primordial en el descubrimiento de valores universales comunes a todas las personas; gracias a ello, los seres humanos tienen la posibilidad de ejercer dominio sobre su propia vida, de mejorarla y humanizarla.

El diálogo en el budismo no es simplemente el vehículo de transmisión de un mensaje. Por el contrario, la práctica del diálogo refleja un principio fundamental de esta doctrina: la fe en los seres humanos, en su ilimitada dignidad y potencial, como poseedores de la verdad universal y, a la vez, como manifestación de dicha verdad.

Hoy, el concepto "valores universales" despierta no poca suspicacia, por no decir hostilidad, pues se infiere que implica la imposición forzada de una cultura sobre otra. Sin embargo, la creencia en un sistema de valores humanos comunes a todos no necesariamente contradice le fe en una concepción religiosa o cultural específica. Si examinamos la vida de los grandes maestros religiosos y filosóficos de la historia, comprobaremos que todos fueron maestros en el arte del diálogo. Por añadidura, se destacaron, sin excepción, como personas de una fe profunda, inquebrantable.

De ello se desprende que las convicciones inflexibles no representan en absoluto un obstáculo para emprender el diálogo. Todo lo contrario, pueden incluso ser la condición crucial para que éste se desarrolle con éxito. Los sutras, escrituras que registran las enseñanzas del Buda, muestran a Shakyamuni como un maestro que pasó su vida adulta viajando de un lugar a otro para relacionarse con toda clase de personas y transmitirles los medios para hacer frente a las inevitables penurias de la existencia con la fuerza de la confianza y de la esperanza. La gente con la que el Buda se encontraba provenía de los ámbitos más diversos, en cuanto a educación, posición social o económica; por añadidura, diferían incluso en su capacidad de comprender plenamente las enseñanzas que el maestro transmitía. De modo que Shakyamuni se embarcaba en un estilo fluido y espontáneo de diálogo, mediante el cual se esforzaba para que las personas tomaran conciencia del Dharma, es decir, de la verdad eterna y universal que yace en las profundidades de la vida. Shakyamuni buscó siempre compartir con los demás su profunda convicción de que cada ser humano tenía la capacidad de encarnar esa verdad y de actuar basándose en ella para vivir una existencia de auténtica felicidad.

Nichiren, reformador budista japonés que vivió en el siglo XIII, cuyas enseñanzas conforman el cimiento de la SGI (Soka Gakkai Internacional -Sociedad para la creación de valor-), fue, asimismo, un maestro del diálogo. Muchas de sus obras importantes, entre ellas, las que escribió para reconvenir al gobierno de su época, están redactadas en la forma de diálogo. El que tal vez sea su tratado más importante, "Sobre el establecimiento de la enseñanza correcta para asegurar la paz en la tierra" (Rissho ankoku ron), se desarrolla como un diálogo entre dos personas, un anfitrión y un viajero, ambos con visiones completamente opuestas, que logran encontrar un espacio en común donde volcar su mutua preocupación ante el estado de una sociedad convulsionada por la guerra y los desastres naturales. El anfitrión dice a su huésped: "Llevo largo tiempo cavilando sobre esta situación, que mucho me indigna, pero ahora que usted ha venido, podremos lamentarnos juntos. Conversemos detenidamente sobre esta cuestión". (1)

Luego, comienza el diálogo con el intercambio de opiniones sobre las causas de la terrible situación social que se está viviendo y sobre las posibles soluciones para remediarla. La conversación concluye cuando ambos interlocutores se comprometen a trabajar juntos para alcanzar un objetivo común. El Dr. Daisaku Ikeda manifestó: "Dominar nuestro propio pensamiento prejuicioso, nuestro apego a las diferencias, es el principio rector del diálogo abierto, la condición esencial para el establecimiento de la paz y del respeto universal por los derechos humanos". [1]

El diálogo es un proceso mediante el cual podemos develar y manifestar nuestra grandeza. El diálogo muere cuando nuestro corazón se cierra a las infinitas posibilidades que posee otra persona y simplemente asumimos que ya sabemos todo lo que hay que saber de ella. En cambio, la comunicación florece cuando dialogamos con una mente amplia y espíritu de búsqueda, basándonos en una profunda empatía hacia los demás, con el deseo de construir a partir de lo que tenemos en común y de transformar nuestras diferencias en una rica fuente de valores.

(Resumen tomado de una Propuesta de Paz del Dr. Ikeda "El Desafío de la Ciudadanía Mundial" y de "El diálogo en el Budismo" publicado por el SGI Quarterly.)

[1] El humanismo es un concepto fundamental dentro de la Soka Gakkai Internacional, asociación budista con más de 12 millones de miembros en 192 países, de la cual el Dr. Ikeda es Presidente. La SGI a menudo define su base filosófica como "humanismo budista".

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