jueves, 30 de abril de 2009

Los tres venenos – la fuente de los problemas



Conforme se profundizan y se hacen más complejos los problemas de nuestro planeta, la posibilidad de que la humanidad deshaga la destructiva red que hemos tejido puede parecer cada vez menos fácil de creer. La esperanza que ofrece el budismo a esta penetrante sensación de incertidumbre está en la perspectiva de que dado que todos los males de nuestro mundo han sido creados por los seres humanos, está en nuestras manos resolverlos. Tanto los problemas como sus soluciones existen dentro de nosotros.


El budismo comenzó como una valiente y humana confrontación con la realidad del sufrimiento. Su impulso originario no estuvo en el retiro o en el escape de los desafíos y contradicciones de la vida. Por el contrario, la práctica budista podría definirse, en términos amplios, como una lucha por extraer y hacer brillar la sabiduría del hombre en la vida y la sociedad. Una comprensión minuciosa de las causas de la miseria humana es un punto de partida para esta filosofía. De esta manera, Nichiren escribe, "Se llama buda a aquel que está profundamente iluminado con respecto a la naturaleza del bien y el mal, desde la raíz hasta sus ramas y hojas".

En la raíz de la miseria humana, el budismo ve tres impulsos destructivos: la avaricia, la ira y la estupidez, a los que llama los "tres venenos". Estos son la esencia de todas las ilusiones y las funciones negativas de la vida que impiden la realización de todo nuestro potencial para la felicidad y la creatividad.

De los tres venenos, la estupidez es el más fundamental, debido a que facilita la avaricia y la ira. Aquí, la estupidez significa ignorancia (pasiva o voluntaria) de la verdadera naturaleza de la vida. Es la ceguera a la realidad de nuestra interrelación –no simplemente relación y dependencia mutua, sino la conexión de la extensión de cada una de nuestras vidas con la extensión de todas las formas de vida del universo; el hecho de que cada uno de nosotros sea un componente vital de la vida misma y un nexo de inmensas posibilidades. Porque oscurece la verdad de la vida, la naturaleza iluminada, esta ignorancia también es conocida como "oscuridad fundamental".

Nuestro más profundo sentido de realización yace en la experiencia de esta conexión y en las acciones que la mantienen. Sin embargo, bajo la influencia de esa ignorancia, buscamos la realización mediante el logro de adquisiciones y posesiones (objetos, fama, poder, y así sucesivamente). La avaricia es el impulso descontrolado por concretar esos deseos, incluso a costa de la infelicidad de los demás. Inevitablemente, esas búsquedas conducen únicamente a una sensación de frustración. La ira es el impulso violento que brota de la misma orientación egocéntrica. No sólo es furia explosiva, sino también resentimiento, envidia –todas las emociones insidiosas, fundamentalmente autodestructivas, del ego herido.

Estos venenos, de esta manera, socavan nuestra felicidad individual, impiden nuestras relaciones y dificultan el despliegue de nuestro extraordinario potencial creativo. Su influencia, sin embargo, va más allá de esto. En un nivel social ellos emanan de la vida interior de las personas y se convierten en causa de conflictos, opresión, destrucción ambiental y flagrantes desigualdades entre las personas. Un texto budista expresa lo siguiente: "Porque la ira se incrementa en intensidad, ocurren los conflictos armados. Porque la avaricia se incrementa en intensidad, surge la hambruna. Porque la estupidez se incrementa en intensidad, estalla la peste. Y porque ocurren estas tres calamidades, los deseos mundanos (la ilusión) se hacen más numerosos y poderosos que nunca. Las falsas percepciones florecen más y más".

Desde la perspectiva del budismo de Nichiren, los tres venenos son un aspecto inherente a la vida y nunca se pueden erradicar completamente. En realidad, un enfoque religioso basado en la eliminación de estos venenos de la vida simplemente puede engendrar hipocresía. En la tradición de Nichiren la práctica budista puede ser descrita como un proceso para transformar constantemente la energía de estos impulsos ilusorios y redirigirlos hacia la creación de valor. En un sentido más general, es a través de la lucha espiritual por orientar continuamente nuestra vida hacia el respeto a los demás y por trabajar por el mayor bien de todos que podemos trascender y modificar estos venenos. En este proceso, la energía destructiva de la ira, por ejemplo, se sublima en una fuerza protectora que puede contrarrestar la injusticia, evitando que seamos simplemente arrastrados por las fuerzas externas o que se aprovechen de nosotros los malintencionados.

El diálogo que tiene como base la voluntad de conectarse genuinamente con las personas en una actitud de respeto y aliento mutuos es una poderosa clave en este proceso transformador.

Esencialmente, el establecimiento de la paz y la seguridad sobre nuestro planeta depende de un cambio interior en la vida de las personas. Como lo establece la constitución de la UNESCO, "Puesto que las guerras nacen en la mente de los hombres, es en la mente de los hombres donde deben erigirse los baluartes de la paz". El sentido de responsabilidad por buscar continuamente el desarrollo de nuestro potencial para el bien creativo, es la clave para el empoderamiento del ser humano y para el comienzo de la más amplia transformación del planeta.

[ Cortesía de la revista SGI Quarterly, edición de octubre de 2005 ]

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