Por Hasardevi
El cementerio rezumaba soledad. Así le gustaba; la presencia de otros le asustaba, o sólo le incomodaba a veces.
Su paseo matinal se había convertido en una costumbre irrenunciable pero esa tarde, cerca del ocaso, cayó en la cuenta de que ahora paseaba a todas horas por los vericuetos del lugar, entre tumbas y monumentos. Eventualmente hacía una recolección de lagartijas, arañas o alguna luciérnaga distraída
que atesoraba en su “palacio”, o se divertía con las hojas de colores que volaban al caer.
Llegó al sitio preferido: un mausoleo con puertas desvencijadas que le permitían la entrada sin problema, la vela de la mañana se había consumido pero alguien había encendido una nueva. Era una fuente de calor como quiera que sea.
Se arrellanó en su cama-tumba, cuando un sonido de hojas pisadas le distrajo. Se incorporó de un salto y se resguardó en la oscuridad de otro rincón. Atisbó jadeante pensando en visitas inoportunas a su sagrado espacio, la noche había caído y nada pudo ver, si acaso algunas luciérnagas o fuegos fatuos que le saludaban a lo lejos.
La noche le invitó con una luna cubierta de grises velos, un destello de su luz atravesaba el negro humeante y parecía llamarle a dejar su refugio. Cuando se dio cuenta, había caminado un buen tramo, miró de reojo y descubrió un agujero, una especie de cueva de donde parecía salir un débil lamento... Un miedo sobrecogedor se apoderó de pronto de su cuerpo que se erizó.
A lo lejos, se escuchaban campanadas que rompían la cadencia del silencio apenas interrumpido po¿r el esporádico chirriar de algún grillo. Corrió alejándose pero notó que volvía una y otra vez al mismo lugar. Por fin, el lamento lo llamó de nuevo... Se acercaba hacia la cueva contra su voluntad pero en una especie de irremediable fascinación. “Ven” escuchó... “Ayúdame”... Un pequeño bulto era apenas distinguible entre la bruma.
De pronto un olor penetrante le hizo retroceder: le picaba al aspirarlo y sacudió la cabeza antes de saltar fuera del hoyo.
El lamento le hizo regresar. “Hazles rodar hacia mí... por favor... tengo hambre... desfallezco,” escuchaba en total azoro.
Empujó todo lo que pudo tres pequeñas bolas de las cuales se desprendía el picante aroma. Al fin logró hacerlas rodar hacia el bulto de donde la quejumbrosa voz provenía.
La curiosidad le obligó a permanecer ahí expectante ... de pronto, dijo la voz como de ultratumba:
“Tu serás un ser humano en tu próxima vida”, escuchó decir a quien, antes un pequeño, bulto
mostraba ahora dos colmillos que brillaban en la oscuridad al clavarse en una de las pesadas esferas que le había acercado. “Una buena obra a un alma inmortal atormentada... un vampiro renunciante a la sangre humana que se alimenta de alimañas y... ”
... ¡¿“Cebollas Moradas”?! gritó... ¡Miiiiiaaaauuuu! ¡son la causa de mi sentencia! al ver que las pesadas esferas que había empujado con su cabecita no eran sino éso precisamente.
* ~ ✿ ~ ☀ ~ ✿ ~ *
Minet despertó y saltó de la cama, sin cambiarse el pijama corrió hacia la casa vecina y se asomó por la ventana. Una cara sonriente le miraba desde la ofrenda con calaveras de azúcar, cigarros faros, cañas, mandarinas, tequila, pan de muerto y... ¡Cebollas Moradas!
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