Daisaku Ikeda ("Desde hoy hacia el mañana - Vol. 6", págs. 39-42)
A menudo se ha dicho que los japoneses no poseen un sólido sentido de la identidad y que, por esa razón, el arte, la política, la educación y la economía de este país tienden a ser superficiales y privados de un cimiento firme. Alguien señaló oportunamente el vacío espiritual de los nipones: el gran escritor Mori Ogai (1862-1922), quien presenció los albores de este siglo. En su novela Seinen ("Juventud"), ha observado:
"En verdad, me pregunto si los japoneses saben realmente qué significa vivir. Después de ingresar en la escuela de primera enseñanza, tratan por todos los medios de terminar, de apresurarse y concluir. Creen que la vida es algo que está por delante. Y cuando egresan y se consiguen un trabajo, intentan alcanzar un buen rendimiento y terminar esa tarea. Y siguen creyendo que la vida es algo que tienen por delante. Pero no es así. El presente es una delgada línea que divide el pasado y el futuro. Si no son capaces de hallar su propia vida sobre esa línea, no piensen que la hallarán en ningún otro lugar".
Si no vivimos plenamente el ahora, este momento actual, si no dejamos de postergar todo para "algún día" distante, la auténtica plenitud siempre seguirá escabulléndose para nosotros. En lugar de posponer siempre las cosas para el futuro, tendríamos que hallar el sentido de la vida, pensar y hacer lo que hoy resulta más importante, allí donde nos toca accionar. Encendamos nuestro corazón hasta que nuestro ser arda de determinación. Si no, jamás podremos experimentar emoción alguna.
En otro relato, Moso ("Ensueños diurnos"), Ogai escribe:
"¿Qué había estado haciendo toda mi vida? Sentí que lo único que había realizado era salir a un escenario a representar un papel, como cualquier actor. Sentí que, detrás de esa actuación tenía que haber algo más. Seguí interpretando papel tras papel, mientras el director me fustigaba por detrás. Era impensable que este papel fuese la vida en sí misma. Seguramente atrás tenía que estar la vida real. Pero mientras persistía en mi esperanza, orando para que algo me hiciera salir de ese sueño, algo volvía a hundirme en la irrealidad".
El narrador describe lo vacío que se siente, incapaz de asumir su propia identidad, siempre interpretando un guión ajeno. Las palabras de Ogai, que trascienden el tiempo, parecen hablar directamente a la condición desolada en que se halla el corazón de muchos japoneses de hoy. ¡Cuántos hombres, sin comprender por qué se esfuerzan, con qué fin o con qué propósito, son continuamente fustigados y empujados a asistir a las mejores escuelas, a conseguir los mejores empleos y a lograr un mejor nivel de vida! Y sin embargo, su corazón sigue vacío.
Se dice que los japoneses están demasiado preocupados por lo que otros piensan y que, como resultado, se tornan esclavos de las apariencias. Raphael Koeber (1848-1923) mencionó la vanidad como una de las mayores debilidades del pueblo del Japón. (El doctor Koeber fue un ruso de ascendencia germana que llegó al Japón a fines del siglo XIX para enseñar filosofía en la Universidad Imperial de Tokyo (hoy Universidad de Tokyo). Vivió en dicho país muchos años y fue un escritor prolífico y sagaz).
Porque nuestros compatriotas tienden a vivir bajo la influencia del autoengaño, su corazón siempre se siente vacío. Aunque su vida es hueca, tampoco consiguen reflexionar sobre lo que está ocurriendo. En cambio, se dicen: "La vida real ya vendrá más adelante". O, tal vez porque su existencia es tan hueca, temen mirarse a sí mismos. Mientras tanto, van envejeciendo y mueren. Si esta es la clase de existencia que uno va a vivir, ¿qué sentido tiene nacer? El que vive así ni conmueve a los demás ni siente el gozo de la emoción en sí mismo. Es como si estuviese muerto en vida.
No sólo en el Japón, sino en el resto del mundo, hay una imperiosa necesidad de profundizar en una filosofía que permita a los hombres vivir de un modo significativo y pleno. La existencia llega y se va en un abrir y cerrar de ojos... La mayoría de la gente sólo se contenta con dejarse arrastrar por la corriente. Van a la deriva sin rumbo, y su vida concluye antes de que hayan podido tomar conciencia de su vida real.
En cambio, ustedes, los miembros de la SGI, poseen la filosofía extraordinaria del Budismo, que explica los porqués y las causas de la vida. Como resultado de ello, pueden vivir cada jornada colmados de tal vigor y alegría, que todo su ser palpita de inspiración. La revolución humana de nosotros y de los demás a través de la convicción en la Ley Mística, es la más grandiosa de las aventuras. •
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