(Tomado de SGIQuarterly)
El tema de los derechos humanos no conoce fronteras y es motivo permanente de debate en los más diversos ámbitos, desde las Naciones Unidas hasta las comunidades más pobres del planeta; en el proceso de tratar los diversos aspectos de esta cuestión, ha surgido a la luz una serie de sistemas de valores y concepciones del mundo que se manifiestan en franca oposición unos con otros: lo individual opuesto a lo comunitario, la modernidad, a la tradición; Oriente contra Occidente, el Norte versus el Sur.
En definitiva, cualquiera sea la forma de concebir los derechos humanos –incluso cualquier otra clase de derechos—, ésta se basa, de una u otra manera, en comprender la dignidad humana. En otras palabras, todas las personas son merecedoras de un trato honorable, porque poseen dignidad, un valor inherente que les es propio por el simple hecho de ser seres humanos.
En algunas tradiciones, la dignidad deriva de Dios, a cuya imagen y semejanza fue creada la humanidad. En otras, se considera que la capacidad única de pensar y de razonar es lo que da origen a esa dignidad. Sin embargo, la idea de que ésta basta para otorgar al ser humano el derecho a la supremacía sobre otras formas de vida en el planeta está siendo suplantada por la conciencia de que el hombre debe asumir una responsabilidad muy concreta en cuanto al cuidado y el respeto que le brinda a la naturaleza y a todas las formas de vida que existen.
¿Cómo entiende el budismo la dignidad humana? ¿De dónde surge dicha dignidad y en qué se sustenta?
El budismo se basa en el principio del valor y de la absoluta inviolabilidad que posee la vida. En una carta que envió a un seguidor, Nichiren establece que el valor que tiene un solo día de vida es superior a cualquier tesoro. Desde la perspectiva del budismo, cada vida individual es una manifestación de la energía de la vida universal.
El poeta bengalí Rabindranath Tagore, lo expresó de la siguiente manera: "El mismo caudal de vida que corre, día y noche, por mis venas, corre por el mundo y danza en compás rítmico. / Es la misma vida que salta de gozo por el polvo de la tierra, en innumerables briznas de hierba, que irrumpe en tumultuosas olas de hojas y de flores". (1)
Desde la perspectiva budista, dada la asombrosa cantidad de formas de vida que colman el universo, la condición humana es un privilegio único que involucra responsabilidades especiales. Nichiren, al referirse a un pasaje del Sutra del Nirvana, lo describe que es raro nacer como ser humano, y que el número de los seres dotados de vida humana es tan pequeño "como los granos de arena que caben sobre una uña".
Lo que hace que nuestra condición humana sea única es nuestra potestad de elegir, la libertad que poseemos de optar por el bien o por el mal, de beneficiar o de perjudicar a otros.
En un libro sobre los retos que implica envejecer, hay un relato sobre una joven casada y madre de hijos pequeños, que se encuentra repentinamente ante la obligación de cuidar de su suegra, que ha quedado postrada luego de un derrame cerebral. Al principio, ella no entiende por qué tiene que cargar con ese peso, que viene a sumarse a su vida ya colmada de obligaciones. Pero, gracias a su práctica budista, la joven puede darse cuenta de que, según cómo elija encarar la situación, puede o no convertirla en una oportunidad para crear valor. Así, logra finalmente transformar en gratitud lo que inicialmente se había manifestado como resentimiento hacia la anciana.
En última instancia, para el budismo, la dignidad humana implica la capacidad que cada persona posee de escoger el camino del perfeccionamiento personal. En otras palabras, podemos hacer de cada dificultad que surja a nuestro paso un medio para incentivar la creatividad, el crecimiento y el desarrollo. La budeidad, o iluminación, es una manera de describir ese estado de profunda elevación personal en que la sabiduría, el valor y la misericordia están plenamente desarrollados. Todas las personas –de hecho, toda forma de vida— poseen el mismo potencial, de acuerdo con el principio formulado por el budismo –en especial, el budismo Mahayana— de que la totalidad de los seres vivientes poseen la naturaleza de buda.
En términos de la vida cotidiana, cada persona tiene una misión, un papel único que nadie más puede desempeñar; una perspectiva única que ofrecer, una contribución única qué hacer. Así lo expresa el presidente de la SGI, Daisaku Ikeda, en un libro que escribió recientemente para estudiantes del nivel secundario: "Todos tenemos una misión. El universo no realiza nada sin un propósito. El hecho de que existamos significa que tenemos un propósito".
La anciana del relato, que había sufrido un grave problema de salud, buscó, ella también, la manera de emplear su capacidad severamente limitada para contribuir al bienestar del grupo familiar. Ya que aún podía utilizar sus manos, se ocupó en labores de punto, en parte, como una forma de terapia y en parte, para confeccionar cosas útiles para la familia. Además, descubrió que disfrutaba de la tarea de cuidar la casa cuando los demás estaban afuera.
Desde la perspectiva budista, siempre podemos escoger crear valor en las situaciones más difíciles. Gracias a cada decisión que tomamos en ese sentido, podemos cumplir con nuestro propósito y misión en la vida y, de tal modo, poner de manifiesto en toda su plenitud el tesoro inherente de nuestra dignidad humana. No existe una base más sólida para el establecimiento de los derechos humanos que una profunda toma de conciencia de la dignidad que reside en cada uno de nosotros.
Nota bibliográfica:
1) TAGORE, Rabindranath: "Gitanjali", Obra escogida, LXIX, traducido por Zenobia Comprubí de Jiménez, España, Editorial Aguilar, S.A., 1955, pág. 332.