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Construir una sociedad realmente pacífica sólo es posible cuando su funcionamiento va acorde al bien fundamental. Para ello, la comunidad, en general, debe funcionar basada en el espíritu del humanismo del camino del medio, concepto clave en la filosofía budista. En el nivel social, deberían establecerse como base del funcionamiento social los principios de la dignidad humana y del respeto supremo a la vida. Para lograr esto debemos emprender, antes que nada, una “odisea espiritual”, no exenta de angustia y de conflictos internos, de reflexión y de renovación en el nivel más profundo de nuestro ser.


Resumen y notas por Hasardevi

El presidente de la Soka Gakkai Internacional, Daisaku Ikeda, en su Propuesta de Paz del 2002 establece: “Las diferentes corrientes de pensamiento de la sociedad tienden a ser, por lo general, restrictivas y exclusivistas. Por ejemplo, el materialismo rechaza el espiritualismo y viceversa. En general, todos los sistemas de pensamiento tienden a imponer al individuo y a la sociedad modelos que consideran ideales. Los patrones ideológicos de pensamiento siempre entrañan cierto grado de categorización rígida. Sin embargo, la filosofía budista no impone uniformidad. Por el contrario, trata de comprender las condiciones de la época y, a partir de allí, extrapolar las mejores opciones”.

Esto no debe confundirse con un amoldamiento sin rigor ni principios, y mucho menos seguir la corriente o transigir en lo relativo a los principios fundamentales. Eso no es el Camino del Medio o "el medio dorado". No se intenta mejorar a los individuos ni a la sociedad imponiéndoles modelos o ideales preexistentes… el rasgo distintivo de esta filosofía, es que podemos abarcar entidades distintas y aun contradictorias y extraer de todas ellas sus potenciales positivos inherentes.

Debemos transformar, desde sus bases, las estructuras sociales que ponen en peligro la dignidad humana. Es una lucha sin cuartel contra el mal. Ku, de kudoku (beneficio), significa extinguir el mal y doku significa extraer el bien. Por lo tanto, un aspecto del beneficio yace en eliminar las manifestaciones del mal. No hay beneficio más fundamental que erradicar las impurezas de nuestra vida y forjar un estado de vida puro. No podemos lograr la felicidad verdadera sin erradicar las impurezas y las tendencias negativas y destructivas que existen dentro de nosotros. Por eso, debemos luchar contra el mal y contra aquello que resulte destructivo. Pero cuidado, no caigamos en la tentación de poner el mal de un lado y el bien del otro. Las manifestaciones externas de estos dos términos son relativas y transmutables. Sólo parecen absolutas e inmutables cuando el corazón humano se vuelve esclavo de las palabras y de los conceptos abstractos.

Desde la perspectiva budista, lo que experimentamos como bien o mal no es algo fijo, sino que depende de nuestras actitudes y reacciones. El bien y el mal no son entidades invariables; el bien contiene el mal dentro de sí y lo mismo sucede a la inversa. Esta enseñanza ha sido expresada en la teoría de los 10 mundos o estadios de la vida interior que posteriormente se analizarán más ampliamente y que ahora esbozaremos brevemente.

Estos 10 estados están dentro de toda vida y cada uno de ellos contiene a los otros diez:

Infierno, hambre, animalidad, ira, tranquilidad, éxtasis, aprendizaje, absorción, aspiración a la iluminación (bodhisattva), iluminación (budeidad). Los cuatro primeros mundos son llamados los bajos mundos y muy probablemente son los estados de vida que lamentablemente se hacen manifiestos muy frecuentemente en el mundo que nos rodea. El primer mundo denota un estado de sufrimiento en donde todo parece negro, el hambre denota la avaricia, el deseo constante insaciable, la animalidad denota una condición de vida en que el "fuerte" abusa del "débil", la ira es un estado en que el ego menor se manifiesta ensoberbecido. No obstante, estos cuatro bajos mundos tienen desde luego un lado positivo de acuerdo al estado de vida predominante: alguien en un estado de vida de aspiración a la iluminación, no vivirá de igual forma estos cuatro mundos; la ira por ejemplo, se manifestará preponderantemente en un estado de indignación ante las injusticias y el deseo constante (hambre) será, por ejemplo, el de ayudar a otros seres humanos a salir de su infelicidad. La tranquilidad y el éxtasis, no obstante el concepto que evocan, pueden ser engañosos y son fácilmente desestabilizados si la tendencia de la vida ronda los cuatro bajos mundos, sobre todo. En el estado de aprendizaje se sube el nivel de vida, se está abierto a conocer lo nuevo; la absorción es propia de la tarea de intelectuales, artistas embebidos en su trabajo, un estado en el cual se percibe más con el espíritu... Aspirar a la iluminación, estar en el estado de Bodhisattva, que literalmente quiere decir los que surgen para ayudar a la humanidad, es un estado elevado de vida en el que el ego menor o yo inferior queda eclipsado por el Yo superior, por una conciencia de la interrelación de todo ser viviente. El estado de iluminación es el estado de felicidad absoluta, inamovible, con plena conciencia y contrariamente a lo que se cree, no es un estado al que se "llegue" y ya, sino uno en el cual el reto es "mantenerlo".

El budismo enseña que es peligroso buscar la plenitud sólo en el campo de los fenómenos transitorios, circunstancias frágiles sujetas al cambio por definición, porque uno se hace vulnerable y dependiente.

Cuando se habla de libertad en el ámbito budista, se refiere a aquel sentimiento que experimentamos cuando percibimos con toda nuestra vida que estamos unidos con lo eterno, que somos uno con la Ley del universo y frente a esta toma de conciencia no hay circunstancia alguna que pueda amenazar fundamentalmente nuestra seguridad.

Una de las características del budismo es su capacidad de abarcar entidades contradictorias y de extraer el potencial positivo que cada uno posee. En otras palabras, imponer a la gente una alternativa binaria y obligarla a optar entre términos aparentemente contradictorios, fomenta la discriminación allí donde no debería de haberla en absoluto.

La doctrina del origen dependiente sirve de fundamento teórico para la paz ya que postula la convivencia de todo lo que existe en el universo a través de relaciones interdependientes. Si el orden esencial es la interrelación, entonces separarse de las personas nos causa angustia.

Puede que culpemos a alguien de nuestra propia infelicidad, pero en realidad lo que determina y perpetúa nuestra infelicidad es nuestra reacción de cortar lazos, rehusarnos al diálogo, odiar, sentir celos, albergar resentimientos, etc. Esa es la labor de la oscuridad fundamental.

Debemos comprender que aun aquello que nos genera aversión tiene cualidades que pueden contribuir a nuestra vida; aun aquello que nos desagrada representa una oportunidad para desarrollar nuestro humanismo. Esto es lo que se conoce como tolerancia activa, debemos fomentar la empatía hacia los demás y el aprecio por la diversidad

Para modificar el curso de la historia humana hará falta que cada individuo tome una profunda determinación interior, una auténtica decisión existencial de ir en busca de su humanismo inherente y transformar su vida de raíz. La clave yace en el corazón humano, en la determinación de las personas por el orden y la tranquilidad de la sociedad y en que cada uno establezca una sólida identidad mediante el proceso de la Revolución Humana (concepto que también explicaremos aquí, en el gato meditativo en otra oportunidad).

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