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Introducción
Por Hasardevi

La depresión, muy conocida hoy en día. Un concepto familiar y al mismo tiempo poco comprendido. Un sentimiento de futilidad, de no encontrar un sentido a la vida. Pero ha habido quienes dejan un registro de estos sentimientos, al abrazar y enmarcar la melancolía y presentarla con una nueva luz. Y ahí están, las expresiones creativas de su lucha, en el arte, la filosofía, la lucidez espiritual, en los descubrimientos científicos, que han enriquecido a la humanidad.

¿Es la depresión un fenómeno particularmente moderno? ¿es una cuestión fundamentalmente biológica de deficiencias o desequilibrio en los neurotransmisores, sin diagnóstico en el pasado y hoy susceptible de tratamiento? ¿Es un subproducto basado en el mercado de las sociedades materialistas que buscan deliberadamente erosionar el sentido de significado en la gente con objeto de estimular el consumo? ¿O es un temor justificado, una aprehensión que nos hace mirar dentro de nosotros por la indignación debido a las injusticias sociales, a una reflexión sobre la pérdida de identidad personal y el propósito en la vida en un mundo demasiado ocupado para que esto le importe?

La depresión, que impacta a miles de millones de personas alrededor del mundo, y la aparente ausencia de una sola solución, puede representar un cambio fundamental en un mundo que se ha vuelto muy impaciente y anhela respuestas inmediatas. La condición conocida como depresión no tiene una solución simple, instantánea. Cualquier respuesta genuinamente creativa requiere que aprendamos a vivir con nuestra falibilidad e imperfecciones; que aceptemos la problemática esencia de la natural condición humana. Que tomemos nuestra necesidad por significado y conexión humana tan seriamente como tomamos nuestra necesidad por las cosas.

Filosofía y Depresión

By Tim Ruggiero
traducción por Hasardevi

Un hombre de 35 años (podrían ser 45 o 55...) despierta un día agudamente consciente de una vaga ansiedad, un sentimiento de desasosiego, quizás melancolía. Atribuye ese estado de ánimo a problemas en el trabajo y a una relación rota. Pasan semanas, incluso meses, pero el destructivo y desestabilizador “sentimiento” persiste. Hay ciertas irregularidades en sus patrones de sueño y su dieta. Su interés por participar en actividades que alguna vez disfrutó, disminuye. Está más retraído, cada vez más abatido.
Mira hacia afuera en el mundo y encuentra muchas cosas que detesta: la injusticia social, la trivialización de la cultura moderna, la apatía de sus conciudadanos, el ritmo al que la sociedad se reforma, le parece lento. El desearía que a la gente le importara más los problemas y las ideas y menos su apariencia y cuánto dinero tienen. Se pregunta de tanto en tanto si no será que es un chiflado, un bicho raro, un insatisfecho. Recuerda (y eso le tranquiliza) que tiene un trabajo, algunos ahorros, uno o dos amigos y una familia.

Pasan otros seis o siete meses, y este sentimiento desestabilizador se transforma en una profunda desesperanza. No ve nada en la vida nada que sea gratificante o incluso medianamente satisfactorio. Sus relaciones, en su mayoría, son insustanciales y pasajeras. Casi se convence de que la vida no tiene un real “significado”; incluso considera el suicidio.
Esta persona, ¿debería ser drogada con Prozac o Zoloft? ¿Debería pasar años con un terapeuta tratando de descubrir qué es lo que está mal? ¿Debería esperar que el alivio venga de la sabiduría de gurús de la auto-ayuda o del consejo de pastores y sacerdotes?
No hay razón para desestimar sin más las soluciones farmacéuticas. Las medicinas de todo tipo han sido sometidas a escrutinio y son monitoreadas desde su comienzo en el mercado. El veredicto de drogas como el Prozac está ya a la vista desde hace tiempo y muchos reportan una drástica mejoría en el estilo de vida.

La vida de un hombre que ha tratado de cortarse las muñecas o envenenarse ha podido resguardarse con el uso de litio o fluoxetine o inhibidores del MAO.

Este hecho real parece dejar cualquier discusión sobre el tema fuera de lugar. ¿Por qué los diferentes matices de la patología social habrían de importar a una persona que sólo busca atenuar su propia depresión? Si el alivio puede obtenerse a través de un mes de régimen de píldoras, ¿por qué filosofar? ¿Por qué perderse uno mismo en un laberinto de interpretación psicoanalítica? ¿Por qué cuestionar a la sociedad o buscar cambiar lo que no puede ser cambiado?

Estas preguntas tienen una fuerza y un momento en sí mismas, pero no anticipan la más improbable de las reacciones: que la depresión no es algún mal que necesita ser extirpado de la mente o alguna enfermedad que necesita ser mitigada con drogas; que podría ser la manifestación concreta de un pesimismo filosófico, una reacción natural al entorno y situación social de la persona. Imaginemos si el término fuera definido no peyorativamente, incluso en forma más bien positiva:

“La depresión, en la mayoría de sus manifestaciones es la sana sospecha de que 1) puede no haber una aspiración o punto en la existencia, y/o 2) que la vida que la gente ha creado en realidad, la ‘estructura de la sociedad’, no es una en la que valga la pena participar. El objetivo no debe ser matar la sospecha, sino dominarla y trabajar con ella.”

Una Pregunta Existencial

Tal definición de la depresión sería naturalmente ridiculizada por profesionales y expertos de todas partes y declarada de una vez como equivocada e irresponsable. Sin embargo, el enunciado anterior, humaniza el estado de depresión y ve justamente el cuestionamiento acerca del significado de la vida como posiblemente lo más importante que una persona puede preguntarse, y una respuesta negativa a ello, al menos tan plausible como una ingenuamente afirmativa. “En la mayoría de sus manifestaciones” deja un margen al hecho de que algunas depresiones pueden necesitar una intervención farmacéutica inmediata (p. ej.: cuando el riesgo del suicidio es alto).

Hay otras dos ventajas del enunciado antes dicho. Primero, apoya el punto de vista ampliamente sostenido de que la depresión puede converger algunas veces con la psique de un genio. Filósofos como John Stuart Mill, William James y Friedrich Nietzche sufrían de los peores períodos de depresión. Una gran cantidad de otros artistas y escritores sufrieron el mismo destino, incluyendo a Edgar Allan Poe, William Blake, Mark Twain, Wolfgang Mozart, Charles Dickens, Vincent van Gogh, T.S. Eliot, Ernest Hemingway y Sylvia Plath.
En Segundo lugar, llama a considerar a las almas reflexivas, el significado de la experiencia y los reta a abandonar las nociones simplistas de la depresión. También puede llevarles a considerar si un estado deprimido no está hasta cierto punto racional y objetivamente justificado.

R. D. Laing, un psicoterapeuta radical que se identificaba con varias corrientes del existencialismo, creía que el objetivo de la psicoterapia no debía ser reconciliar a los pacientes con normas que podrían serles no saludables a ellos mismos, sino iluminar un camino para ellos en la dirección de la trascendencia.

Nuestro ambiente puede abrir o cerrar las posibilidades para un crecimiento espiritual e intelectual. En The Politics of Experience Laing ofrece un acertado pasaje del estudio sociológico Encounters de Irving Goffman:
“Parece que no hay otro agente más efectivo que otra persona trayendo un mundo vivo para uno mismo, o, por una mirada, un gesto o un comentario, hacer que la realidad en la que uno está encerrado, se encoja”.

Un pesimista y un existencialista pueden, efectivamente, estar de acuerdo en que el mundo en sí mismo está totalmente echado a perder, que las normas sociales son en sí mismas patológicas, que los sentimientos de desesperación, ansiedad, pérdida y falta de sentido pueden ser típicos en gente que es excepcionalmente inteligente y perspicaz. Una persona que está deprimida, puede entonces, desde este punto de vista, ver cosas que otros no ven, tener una aguda lucidez dentro de la extravagancia de la cultura moderna, tener un sentido refinado de lo bueno y lo hermoso. Por ello, drogar a una persona puede oscurecer su visión, insensibilizar su percepción, matar su inclinación a buscar el significado de las cosas.

¿Cuál es la importancia práctica de esto? Que la mejor y más verdadera terapia puede consistir en examinar la condición o el estado en sí mismo, con la comprensión de éste como principal objetivo, no poniendo simples parches, sino localizando la etiología (el estudio de las causas de la enfermedad) en el flujo y reflujo de las relaciones sociales, dándose cuenta de que algunos de los seres más brillantes que hayan vivido estaban deprimidos, y que no hay súper droga que sea suficientemente efectiva para erradicar los males de la sociedad y la cultura modernas.

Tim Ruggiero es un escritor independiente y editor de la Sociedad Filosófica.com.

Publicado por Hasardevi | 21:40 | 0 comentarios »


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