Propuestas de paz 2009 (versión abreviada)
Por Daisaku Ikeda, presidente de la SGI
- Un futuro compartido
- Acciones compartidas para resolver los problemas ambientales
- Responsabilidad compartida a través de la cooperación internacional
- Esfuerzos compartidos en bien de la paz por la abolición nuclear
El impacto de la crisis financiera, que comenzó con el resquebrajamiento del mercado de hipotecas subprime de los Estados Unidos y llevó al quiebre del banco de inversiones Lehman Brothers de aquel país, se ha propagado ahora hasta abarcar el mundo entero.
La crisis actual provoca inevitablemente recuerdos de la pesadilla de 1930, cuando una severa depresión económica creó las condiciones para la conflagración global que fue la Segunda Guerra Mundial. La situación permanece incierta e impredecible, y son cada vez más las señales de que la crisis financiera está socavando la economía real y está generando recesión global y desempleo.
Se puede rastrear la causa principal de la crisis en el predominio descontrolado de los movimientos especulativos de los activos financieros, cuya escala, según los cálculos, es cuatro veces mayor que el valor acumulativo de los bienes y servicios reales. El origen de la crisis yace en el hecho de que los mercados financieros, cuya verdadera función debería ser respaldar y facilitar otras actividades económicas, se han lanzado al centro de la escena, con especuladores de mercado convertidos en "estrellas", que persiguen exclusivamente la acumulación de ganancias y beneficios, muy a menudo sin detenerse a considerar el impacto que provocan sobre los demás.
Como he señalado en muchas ocasiones a través de estas propuestas, la raíz más profunda de la crisis se encuentra en el apego al dinero por el dinero mismo, a las divisas; la codicia ampliamente extendida por todo el mundo es lo que constituye la patología más notable de nuestra civilización contemporánea. El dinero que controla y domina las economías de mercado, por supuesto, carece virtualmente de valor, solo tiene valor de cambio. Y el valor de cambio reside únicamente en el entendimiento y el acuerdo entre personas; por ende es, en esencia, abstracto y a la vez, anónimo. No está dirigido a cosas tan concretas (y por lo tanto, finitas) como los productos y servicios reales; por lo tanto, como objeto de deseo humano, no tiene límites reales o inherentes.
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