El corazón humano no sólo es capaz de una gran nobleza sino también de una violenta brutalidad. La capacidad para dirigir la orientación de nuestro corazón es una de las características que nos distinguen de otros animales.

Uno ve ejemplos de las nobles posibilidades del espíritu humano en casos cotidianos como el de la voluntad de un padre por sacrificar su comodidad personal por su hijo, o en un súbito acto de amabilidad entre extraños: un impulso hacia el altruismo y un esfuerzo por la felicidad de los demás. Sin embargo, ese mismo corazón puede volverse furioso por las oscuras corrientes de la ira, la intolerancia, el resentimiento y el desprecio hacia sí mismo. Para entender el horrendo alcance de estos impulsos dentro de nosotros, basta con examinar las experiencias de personas comunes que se ven atrapadas por el arrasante infierno de las guerras.

Es la simple orientación de nuestro corazón lo que, a fin de cuentas, determina si creamos sociedades caracterizadas por la felicidad y la dignidad, o mutiladas por los conflictos, el temor y la desesperación.

El budismo analiza las potencialidades duales de la vida enseñando que todas las personas, sin excepción, poseen una naturaleza de Buda iluminada que da origen a un ilimitado potencial positivo, y que puede hacer que el vivir se convierta en una experiencia maravillosa. Una realidad igualmente fundamental en la vida de cada persona, sin embargo, es que el origen de la maldad yace en la ilusión, es decir, la oscuridad. La ilusión es, en realidad, lo que hace difícil que las personas reconozcan su propia capacidad tanto para una profunda virtud como para una profunda maldad.

¿Cómo dirigimos nuestra vida hacia sus potencialidades positivas, creadoras de valor? Esto es algo que debe estar en el corazón de la religión y de la ética.

El Sutra del loto, el cual Nichiren Daishonin considera es la enseñanza que condensa la esencia de la iluminación del Buda, ofrece una respuesta aparentemente simple. Esta respuesta está implícita en la historia del bodhisattva Jamás Despreciar.

Según aparece descrito en el Sutra del loto, Jamás Despreciar vivió en el pasado remoto. Su práctica era inclinarse en reverencia ante toda persona con la que se encontraba y alabar la naturaleza de Buda inherente a esa persona. Esto, no obstante, sólo provocaba violencia e insultos a cambio. Las afirmaciones de Jamás Despreciar, sin duda alguna desafiaban las suposiciones negativas profundamente arraigadas en las personas acerca de la naturaleza de la vida. Pero esas reacciones, no lograban perturbar las convicciones de este personaje. Él simplemente se retiraba a una distancia segura y repetía su reverencia, honrando el potencial para el bien que anidaba dentro de sus perseguidores. Con el tiempo, como resultado de estas acciones, la condición humana de Jamás Despreciar llegó a brillar a tal punto que quienes lo habían despreciado se sintieron impulsados a convertirse en sus discípulos, para así entrar al camino por el que ellos mismos podían lograr la Budeidad.

El sutra describe la manera en que, después de relatar la historia, el Buda Shakyamuni revela que Jamás Despreciar era él mismo, en una existencia previa. Existe una clara implicación de que su comportamiento en la vida en que había sido Jamás Despreciar, fue la causa original para la iluminación de Shakyamuni.

Nichiren escribe, "El corazón de todas las enseñanzas de la vida del Buda es el Sutra del loto, y el corazón de la práctica del Sutra del loto se encuentra en el capítulo 'Jamás Despreciar'. ¿Qué significa el profundo respeto del Bodhisattva Jamás Despreciar por las personas? El propósito de que haya aparecido en este mundo el Buda Shakyamuni, señor de las enseñanzas, yace en su comportamiento como ser humano".

Aunque el budismo suele ser considerado una filosofía muy abstracta, en la práctica está lejos de serlo. La descripción de la naturaleza de Buda no ha de hallarse en la teoría, está en el comportamiento de este humilde bodhisattva. Un Buda no es un ser extraordinario, es una persona que está profundamente consciente del potencial positivo que yace dentro de su propia vida y dentro de la vida de todos los demás. También es una persona que lucha por ayudar a otros a hacer emerger este potencial.

Nichiren aclara que el respeto a los demás, tal como lo ejemplifican las acciones del bodhisattva Jamás Despreciar, constituye la esencia de la práctica budista y la manera correcta en que los seres humanos deben comportarse. Ese respeto no se limita a una consideración pasiva de los demás; es un valiente compromiso de nuestra condición humana.

Aunque simple en su formulación, esa actitud representa en la práctica el camino más desafiante. No obstante, el esfuerzo requerido es, precisamente, esa energía fundamental que puede originar una positiva transformación de la sociedad. Como escribe el presidente de la SGI, Daisaku Ikeda, "La clave para que florezca el humanismo pregonado en las enseñanzas budistas es la absoluta convicción en la bondad esencial del ser humano y la dedicación a cultivar esa bondad, tanto en uno mismo como en los demás".
[ Cortesía de la revista SGI Quarterly, edición de abril de 2005]

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