Traducción libre por Hasardevi

Imagine una olla llena de agua fría en la que una rana nada tranquilamente. El fuego se enciende bajo la olla. El agua se calienta lentamente. Pronto está tibia. La rana encuentra esto más bien agradable y continúa nadando. La temperatura comienza a subir. El agua está caliente. Sólo un poco para que la rana pueda percibirla ; siente algo de fatiga pero no llega a alarmarse. El agua es ya verdaderamente caliente. La rana comienza a encontrar esto desagradable, pero está tan débil para hacer algo que la soporta. La temperatura del agua subirá a tal grado que la rana simplemente terminará por cocerse y morir, sin ser jamás extraída de la olla.

Si la rana se sumergiera en agua a 50 °, daría un saludable salto que la llevaría de inmediato fuera de la olla.

Esta experiencia (la cual no es recomendable) es rica en enseñanzas. Muestra que cuando un cambio negativo se efectúa de manera suficientemente lento, escapa a la conciencia y no suscita reacción la mayor parte del tiempo, ni oposición, ni revuelta.

Es exactamente lo que ocurre en la sociedad en la que vivimos. Año con año, se observa una constante degradación de los valores, misma que se efectúa con suficiente lentitud para que nadie –o casi nadie- se ofenda. Sin embargo, como la rana que uno sumerge bruscamente en agua a 50° de temperatura, bastaría de tomar al ciudadano mediano de principios de los años 80 y, por ejemplo, hacer que viera la TV de hoy en día o leyera los periódicos actuales para observar en él una cierta reacción de estupefacción e incredulidad. Le costaría creer que alguien pudiera un día escribir artículos tan mediocres en su fondo y tan irrespetuosos en su forma como los que nosotros encontramos normal de leer hoy, o que puedan pasar en la pantalla el tipo de emisiones subnormales que se nos proponen cotidianamente. El aumento de la vulgaridad y la grosería, el desvanecimiento de los puntos de referencia y la moralidad, la relativización de la ética, se han realizado de tal manera –paulatinamente- que ha sido poco percibido o denunciado.

Del mismo modo, si nosotros pudiéramos ser lanzados al año 2022 y observar en lo que se convertirá el mundo si continúa en la pendiente por la que cae actualmente, nosotros estaríamos sin duda todavía más desconcertados, ya que parece que el fenómeno se acelera (aceleración posible gracias a la velocidad con que estamos bombardeados de nueva información, y olvidándonos del resto). Además, notamos que las películas futuristas coinciden prácticamente en presentarnos un futuro ciertamente “super-tecnológico” pero sobre todo más sombrío.

Cada vez que un cambio es demasiado débil, demasiado lento, Se precisa una conciencia muy aguda, o una buena memoria para darse cuenta. Parece que una y otra son hoy en día algo raro de encontrar.

Sin conciencia, nos convertimos en menos que humanos.

Sin memoria, podríamos pasar cada día de la claridad a la noche (y a la inversa) sin darnos cuenta, ya que los cambios de intensidad luminosa son demasiado lentos para ser percibidos por la pupila humana. Es la memoria la que nos hace tomar conciencia a posteriori de la alternancia del dia y de la noche.

Atiborrada por demasiada información inútil, la memoria se embota.

Aturdida por un exceso de estimulación sensorial, la conciencia se duerme.

Y así, nuestra civilización se hunde en la oscuridad espiritual, con la degradación social, el deterioro ambiental, la deriva faustiana de la genética y la biotecnología, y el embrutecimiento de las masas –entre otros síntomas- por los que se traduce.

El principio de la rana en la olla de agua es una trampa de la cual no se desconfía nunca demasiado si es que uno tiene como ideal la búsqueda de la calidad, del mejoramiento, del perfeccionamiento; si se rechaza la mediocridad, el statu quo, el dejarse manejar.

Incidentalmente, este principio funciona también de manera positiva e incluso nos hacer malas pasadas. Los esfuerzos que uno hace cotidianamente también provocan cambios –positivos, en este caso- pero en ocasiones demasiado débiles para ser percibidos inmediatamente y sin embargo, estas mejoras están aquí, son reales y, al no percibirlas, algunos se desalientan sin razón.

Por ejemplo el bambú: toma 5 años a una semilla comenzar a brotar, pero crece muy alto en un año... Entre tanto, se necesitan cuidados, si se abandona, ¿cómo podremos verlo crecer algún día?

¿Cómo, entonces, no sucumbir a la trampa del principio de la rana en la olla de agua, individual o colectivamente?

Por una parte, no cesando de acrecentar la propia conciencia, y conservando un recuerdo intacto del ideal y de los objetivos que uno se ha fijado.

El entrenamiento y el desarrollo de la conciencia son uno de los puntos comunes de todas las prácticas espirituales: conciencia de sí, conciencia del cuerpo, conciencia del lenguaje, conciencia de los pensamientos, conciencia de las emociones, conciencia de los demás, de todo lo que nos rodea, etc. Más allá de todo dogma, de toda doctrina, de toda ideología, la ampliación y la elevación de la conciencia deberían ser considerados - mucho más que el desarrollo de las facultades intelectuales – como el comportamiento esencial de nuestra condición humana y como factor fundamental de nuestra evolución.

Olivier Clerc

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