Mujeres del Movimiento Cinturón Verde, clasifican semillas en un enfermería de árboles en Kenia.
traducido por Hasardevi
Como porrista en Texas durante la época de los 50's, aún puedo recordar la emoción -- rebotando en el aire con mis pompones de color naranja fuerte. Adoraba que los estudiantes se levantaran de sus asientos con entusiasmo, haciendo rugir los soportes de las gradas.
Ahora, pensando en eso, me doy cuenta que tomaba mi trabajo muy seriamente. Y así fue, como decía mi mamá, para mantener arriba el espíritu de todos, para centrarse en lo posible. Me mantuve en esa actitud, pero hacia finales de los 60's, me encontré tratando de seguir con esa actitud pero tratando de aplicarlo a algo mayor, más que sólo apoyar a un equipo perdedor de fútbol.
Poniéndole fin al Hambre
¿Que hay sobre el hambre en el mundo?
Procuré demostrar que había sólidas razones para la esperanza en que nosotros, los seres humanos, podríamos poner fin al hambre. Y, en un sentido, tuve éxito: Demostré lo que aún es verdad, que existe suficiente alimento en el mundo como para hacer gordinflones a todos. Mi discurso se centraba en que los seres humanos crean la escasez de alimento que decimos temer. Pero las soluciones están a la mano: Para empezar podemos dejar de alimentar con tanto grano al ganado, ya que sólo se nos regresa a nuestros platos, a través de la carne, una diminuta fracción de los nutrientes con los que nosotros los alimentamos.
Estoy consciente de que sin la esperanza los humanos morimos, si no físicamente, ciertamente espiritualmente. Por ello la tarea que me auto-impuse de propagar la esperanza parece muy importante. No obstante me ha tomado tres décadas empezar a entender que la esperanza no se trata de animar un equipo deportivo o de tan solo acumular la evidencia de la misma.
No me fue fácil llegar a esta conclusión. En realidad fui forzada, aún en contra de mi voluntad, a reconsiderar la esperanza. Pensaba que qué mala suerte tenía, haber nacido como animadora por naturaleza y aún así vivir en una época, la primera en la evolución humana, en que podíamos ver y aún graficar la declinación de nuestro planeta. La tercera parte de las especies que viven en el mar, corren el riesgo de la extinción; Anualmente 10 millones de niños corren el riesgo de morir por enfermedades curables y previsibles, el horror de la esclavitud aún existe, más gente muere en conflictos violentos que en épocas pasadas, las capas polares se están derritiendo más rápido de lo que los científicos han predicho.
¿Y la esperanza, que lugar ocupa en ese escenario?
Ninguno. Pero, he encontrado que no existe escenario alguno que debamos cambiar para crear la esperanza. La esperanza no está en ningún escenario, no es un valor estático. Aprendí que la esperanza es más verbo que palabra. Es acción. La esperanza no es algo que encontremos, más bien es algo que surge de nosotros ¿Pero cómo?
La respuesta me ha llegado de forma clara y como consecuencia de una bendición extraordinaria: Junto con mi hija, que también colabora conmigo escribiendo, he viajado por los cinco continentes para escribir la secuela de aniversario de los 30 años de mi primer libro, Dieta para un Pequeño Planeta, lo cual resultó ser un libro de historia, las historias de personas en nueve países empujados hasta la orilla de la esperanza, mostrando que es posible llegar a la raíz de nuestros más asombroso problemas sociales y ambientales.
La gente con la que nos reunimos era sumamente diversa, pero tenían algo muy importante en común. Cada uno había experimentado un “momento de disonancia”, como hemos dado en llamarlo, un momento en que ellos despertaron a la desconexión que había entre sus vidas interiores -- sus valores más profundos y necesidades -- y el mundo exterior. Ellos reconocieron que el mundo que ha sido creado (adviertan ustedes la voz pasiva) no es el mundo que cualquiera de nosotros deseamos.
Cada uno de nosotros puede hace una elección en estos momentos de tanta desorientación. ¿Nos llenamos con esos atroces sentimientos y sólo seguimos con ellos a cuestas? ¿O los escuchamos y nuevamente hacemos otra elección? ¿Nos la pasamos en la negación, o nos liberamos? ¿Nos arriesgamos a actuar de acuerdo a nuestros más profundos sentimientos, incluso si ello significa interrumpir nuestras cómodas rutinas --cosa que generalmente ocurre– llegando incluso a romper con algunas personas cercanas a nosotros?
Por ejemplo, en Kenia conocimos a Wangari Maathai. Ella fue quien observó, en 1977, que la deforestación se hacia cada vez mayor, y plantó siete árboles durante el Día de la Tierra, para así luchar contra la paulatina invasión del desierto. De esta forma se dio cuenta que sería necesaria un gran movimiento de los aldeanos para triunfar, ella se acercó a los organismos forestales del gobierno, quienes le respondieron “Oh no, los aldeanos no saben como hacerlo, sólo los silvicultores pueden hacerlo”; a lo que ella respondió “bueno eso fue hace 20 millones de árboles” y ahora todos los árboles que se han plantado han sido por mujeres de esas aldeas.
Esas mujeres, integrantes del Movimiento Cinturón Verde –al igual que otras muchas que conocimos durante nuestra travesía-- tenían cientos de razones para no tener esperanza. Wangari al igual que los aldeanos Kenianos se enfrentaron a la corrupción política y a la peor sequía que hubiese visto su país. Ellas se encontraron luchando contra la pobreza, la cual se había incrementado pues les tocó vivir la caída libre en el precio mundial de las cosechas del café, de la cual dependían los aldeanos para vivir.
Aun en esas circunstancias, esas mujeres se encuentran entre las más esperanzadas que he conocido jamás. Su espíritu cantaba junto con su voz y sus pies danzantes. Ellas no sólo plantaron árboles sino que recuperaron las cosechas tradicionales africanas y se encontraron libres de la dependencia en los mercados especulativos mundiales. En una cultura en donde muchas mujeres reportan ser golpeadas por sus esposos, se enfrentaron a ellos. Muchas escogieron tener menos hijos. Portan orgullosamente en sus playeras el lema del Movimiento del Cinturón Verde “Por mí, yo he elegido”.
Posiblemente muchos de nosotros estamos buscando la esperanza en los lugares erróneos. Y quizá esta es la razón por la cual la Organización Mundial de la Salud ha reportado que la depresión es ahora la cuarta principal causa de incapacidad y muerte. En menos de 20 años, será la segunda. Quizá hemos estado buscando la esperanza en las pruebas de la misma – comparando lo positivo contra lo negativo. La esperanza es algo más. La esperanza es lo que hacemos.
A mi hija y coautora, Anna, le encanta decir que ella pensaba que la esperanza era para pusilánimes, para gente que no podía enfrentar lo malo que son las cosas. Ahora, a través de nuestra travesía, hemos visto que la verdad es lo contrario a esta forma de pensar. La esperanza no es para cobardes. Sólo lo es para el fuerte de corazón. Para eso en que nos convertimos cuando, como las mujeres del Movimiento Cinturón Verde, hacemos una elección. Cuando escogemos escucharnos y arriesgarnos y así aprendemos a llorar y a cantar al mismo tiempo.
Frances Moore Lappé es autora de 14 libros, incluyendo el best-seller Dieta para un Pequeño Planeta y su secuela La Orilla de la Esperanza. Es co-fundadora de dos organizaciones que se enfocan en la comida y las raíces de de la democracia.
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