Ahora sí que casi lloré de risa, y es que no es para menos. Procedo a narrar:
Me encontraba yo disponiendo en la cocina cuando recibo la llamada de Jeremías quien me comunica, no sin temor a mi consabido escepticismo: "No encontré pan de muerto en ..." (cierta pastelería con varias sucursales en este curioso villorrio), "Porque -continúa mi todavía asombrado esposo- me dijeron que ya no lo elaborarían debido a que ‘va en contra de sus creencias religiosas’".
Más allá de saber a cuáles de todas las creencias religiosas en este mundo se podrían referir, me resultaba hilarante por demás que fuera precisamente esa la “razón” para dejar de hacer y, sobre todo, vender (por lo redituable) el tradicional y sabroso pan.
La risa me duró un buen rato pues no podía dejar de pensar en la solemnidad de la empleada haciendo semejante declaración y la cara de incrédula burla del, de por sí, muy serio Jeremías.
Lo relatado sucedió hace un año, este año, y sólo por el morboso gusto de preguntarle a la dependienta “¿cuáles?” aludiendo a las creencias religiosas en el momento que eso contestara al inquirirle por el pan de muerto, me dirigí a la pastelería, cuando al verla recordé lo dicho por Jeremías y la buena risa que me había provocado. Lamentablemente para mí, tenían un letrero (con muy otras “razones” para no vender dicho pan) al cual la aburrida vendedora señaló con fastidio por haber tenido que explicar por-qué-no-había-pan-de-muerto- seguramente muchas veces. Salí decepcionada. Ni modo.
Por cierto, más prehispánica no podía ser esta costumbre, aun cuando desde luego, dicho pan como tal no existiera en aquellos tiempos dado que no se contaba con el trigo traído posteriormente de Europa.
La forma circular del pan simboliza el ciclo de la vida y la muerte. Se dice que la forma abultada semeja una tumba, la bolita de encima, tan rica, es el cráneo y a los lados, saliendo de éste, se forman los huesos. Aunque algunos dicen que la bolita es más bien el corazón.
Pero historiadores y cronistas coinciden en que este pan “de muerto” alude a los sacrificios humanos en los que se ofrecía el corazón a la deidad, mismo que los españoles horrorizados cambiaron por el pan. Es de comprender entonces por qué la decisión de no ser un “hereje” y andar haciendo y vendiendo ese pan para que los mexicanos antropófagos se agasajen (aun cuando, me sigo preguntando a qué creencias de todas se podrán referir ya que conocido es que Jesús, el Cristo, compartió el pan y el vino diciendo a sus discípulos “comed y bebed de este pan y vino porque son mi cuerpo y sangre”, si mal no recuerdo. Cosa que me parece de un simbolismo maravilloso.
Hay quienes dicen que las cuatro (originalmente cuatro debían de ser) protuberancias en forma de huesitos que salen de la bolita (cráneo o corazón) del pan, están en forma de cruz porque “con ellas se designan los cuatro rumbos del nahuolli (universo)”. Y que son, al mismo tiempo, los cuatro puntos cardinales “definidos por igual número de divinidades: Quetzalcóatl-Camaxtli, Xipetotec, Tlaloc-Huitzilopochtli y Tezcatlipoca, expresiones de la concepción del mundo prehispánico”. Por cierto hay una semejanza con el Budismo que alude siempre a las Cuatro Direcciones. Interesante afinidad de nuestros ancestros.
A mi modo de ver, nada lo identifica más a uno con sus raíces que la comida, es por demás, uno puede amar el sushi, por los nexos entrañables con amigos y camaradas; las crepas y el vino, habida cuenta de sus ancestros franceses, pero, un buen pan de muerto con aroma de azahar, lo remonta a uno a su niñez, al panteón de San Fernando, a la taza de humeante chocolate en donde lo sopeaba con sin igual glotonería. Todo el ritual, desde acompañar al abuelo a la panadería, señalar la calaverita de azúcar deseada y esperar el momento después de la merienda para degustarla al calor de los cuentos de aparecidos y espantos para por la noche traer al gato bajo las cobijas y no temer tanto a la calaca con quien momentos antes uno “chanceara” (de chancero: bromista, juguetón, jaranero; de nada).
Mictlan nos espera a todos, Mictlantecuhtli y Mictlancuatl dios y diosa de la tierra de los muertos (Mictlan), reinan por estos días. Si morir da miedo, nosotros (los mexicas) suavizamos con eufemismos la acción: yo por mí prefiero “palmar” que “chupar faros”, quizá aceptaría “dar la vuelta” ya que eso es signo del eterno retorno. O sea que regreso, como quiera. Curioso que en casi todas las tradiciones ancestrales: indígena, egipcia y del lejano oriente, se hable de cruzar un río y que si en Egipto los gatos eran los acompañantes del muerto en México lo era el xoloizcuincle, el perrito sin pelo que servía de guía en el trayecto; se dice que el muerto llevaba un jade en la boca que recogería el jaguar en la siguiente orilla. Dicho izcuincle no debiera faltar en ofrendas; fuera calabazas, ya que éstas, aunque lindas, sirven para espantar a las ánimas y aquí la catrina les da la bienvenida.
Nada hay que temer si se ha vivido bien, todo es luz al dar la vuelta, todo es aprendizaje en Aztlan hasta el retorno a Mictlan. Y la risa, es un himno a la vida.
¡Que vivan los muertos!
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